Por Aimée Padilla
Los razonamientos que satisfacen el corazón
Luego del cisma provocado por los seguidores de Freytag, los estudiantes de la Biblia mexicanos que siguieron fieles a la dirección encabezada por Joseph F. Rutherford quedaron fragmentados en pequeños grupos; se reunían en la ciudad de México, Monterrey, Guadalajara, Veracruz y, probablemente, Chiapas. En la capital del país se congregaban sólo trece personas.
No conocemos muchas noticias sobre las actividades de los estudiantes de la Biblia en México durante la primera mitad de la década de 1920, pero sí podemos afirmar que su situación en general era muy difícil, y que su número siguió siendo extremadamente bajo. Hasta donde sabemos, lo único que hicieron los altos mandos de la WTBTS para impulsar la obra de predicación en México durante esos años fue enviar en 1920 a un misionero de origen colombiano llamado Roberto Montero a visitar las congregaciones mexicanas. Montero permaneció algún tiempo en el país, pero, por razones que ignoramos, se marchó; volvió hasta 1932.
La obra de los estudiantes de la Biblia en México se redujo mucho, probablemente hasta casi desaparecer. De hecho, en 1965, el historiador canadiense M. James Penton afirmó que los testigos de Jehová habían comenzado su labor en nuestro país en 1926, “con unos cuantos predicadores “. Parece que en los años siguientes el número de estudiantes de la Biblia siguió bajando. Hacia 1925 había nueve congregaciones en todo el país, pero en 1929 se habían reducido a sólo cuatro.
Sin embargo, no dejó de haber trabajadores celosos que mantuvieron vivo el movimiento. A finales de mayo de 1927 encontramos ya constituida a la “Rama Mexicana de la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia”, la cual tenía un salón de estudios en la 4a. calle de Moctezuma 103 en la ciudad de México. Ese mismo año lo mudaron a la 6a. calle de Soto 163. Para julio siguiente, la Asociación eligió por acuerdo unánime de su asamblea a una nueva directiva integrada por Jesús David Osorio Morales, como secretario; Ramón V. Jiménez, tesorero; Margarita Montenegro de Osorio Morales, y, como encargada de su salón de estudios, Tomasa Córdoba.
Sus actividades ya eran lo suficientemente importantes como para atraer la atención de las autoridades; en julio de 1927 la Oficina Confidencial de la Secretaría de Gobernación recibió la orden de investigarlos. Como ocurrió en el caso del templo de El Ángel de Jehová, Gobernación quería verificar si en ese lugar se celebraban actos del culto público. El 29 de julio un agente de la Oficina Confidencial acudió al salón de estudios de la calle de Soto. El lugar de reunión contaba apenas con siete bancas y un pupitre, y cada domingo se reunían unas doce o quince personas para leer la Biblia. El presidente en funciones de la organización era Ramón Jiménez. Exhibían en una pared una copia de la reglamentación del artículo 130 de la Constitución -la misma ley que había motivado a la Iglesia católica para suspender el culto-. El agente concluyó que no practicaban actos de culto públicos.
En 1929, por fin, el juez Rutherford decidió dedicarle mayor atención a México y ordenó que se estableciera una sucursal de la WTBTS en la capital, y la puso a cargo de David Osorio Morales. El año siguiente la asociación se había mudado a la casa situada en Plaza de la Constitución 28, en Azcapotzalco, Distrito Federal. Osorio, en su carácter de representante legal de la asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, solicitó en 1930 a la Secretaría de Gobernación que emitiera una opinión oficial acerca del carácter legal de la asociación “para de este modo sentirnos seguros de no violar siquiera involuntariamente las leyes sobre la materia o ir al otro extremo de creernos comprendidos dentro de lo que no nos abarca”. Para ilustrar a las autoridades, Osorio resumió las prácticas y creencias de su grupo. Afirmó que “la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia tiene por objeto, por todos los medios posibles, la difusión de principios y verdades que contribuyen a la cultura de todas las clases sociales, muy especialmente las humildes, persiguiendo su elevación, tanto económica, como moral y física”.
La asociación difundía su mensaje educativo mediante libros, folletos, periódicos y conferencias públicas, donde se analizaban “asuntos históricos, científicos, cronológicos y filosóficos a la luz de la Biblia”; además organizaba clases en las cuales los asistentes estudiaban y discutían las materias aludidas. También echaba mano de “inventos modernos” como las películas cinematográficas, los fonógrafos, los programas de radio “y todos los demás que se vayan perfeccionando”.
Osorio también hizo una declaración de principios, al afirmar que los miembros de su organización
Cita:
Profesan profunda reverencia y alaban de palabra y obra al Creador de los cielos y la tierra, Jehová Dios, pero sin expresar sus sentimientos, echando mano de cultos, ceremonias, etcétera, sino por medio de argumentos y razonamientos que convencen y satisfacen al corazón, siendo irreconciliablemente anticlericales y opuestos al dominio de la conciencia y al enfrentamiento de la razón.
En consecuencia, aseguró, no tenían clero ni realizaban actos de culto, reuniones secretas o colectas. Tampoco se esforzaban por “agrupar gentes” -es decir, ganar prosélitos- “pero sí por instruirlas en asuntos bíblicos […], aun cuando nunca se reúnan con nosotros”. Para obtener la membresía bastaba la sola “determinación individual”, y se organizaba un “acto de iniciación para el que lo solicita “.
Osorio aseguró también que estaban dispuestos “a cumplir y cooperar con toda medida que nos atañe o comprenda, siendo el caso que las medidas dictadas por el gobierno, que son con el fin de evitar abusos y de poner trabas al dominio de la conciencia por un determinado grupo de individuos”. Un ejemplo de esto era que aceptaban el registro y el matrimonio civiles, actos que, por su parte, ellos mismos no celebraban en ningún lugar del mundo.
Las cosas salieron bien. La Secretaría de Gobernación autorizó el funcionamiento de la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, “siempre que el mismo no contravenga lo dispuesto en las leyes dictadas en materia de culto religioso y disciplina externa”.
La carta de Osorio nos presenta claramente la táctica que usaron primero los estudiantes de la Biblia y después los testigos de Jehová, para sobrevivir ante la política antirreligiosa del Estado mexicano. Procuraron resaltar, ante todo, las facetas filantrópicas y educativas de su obra, pero de una manera más sensata que la congregación de El Ángel de Jehová, pues se presentaron como personas dispuestas a colaborar con los esfuerzos del gobierno para mejorar la condición de las clases humildes, fomentar la instrucción popular y combatir el fanatismo.
Por eso aseguraron que en su labor proselitista no echaban mano de cultos y ceremonias; más bien usaban “argumentos y razonamientos que convencen y satisfacen al corazón”. Por último hacían una declaración que no debía sonar mal para los oídos de un gobierno que había combatido durante varios años contra la insurrección cristera: ratificaron su carácter “irreconciliablemente anticlerical y opuesto al dominio de la conciencia y al enfrentamiento de la razón”.
En el aspecto de la predicación y la conversión de nuevos adeptos, luego de más de una década de actividad en México, la situación de los estudiantes de la Biblia no era para regocijarse. Hacia 1930 tenían tres congregaciones en la ciudad de México y 19 en el resto del país. En 1931, cuando los miembros de la WTBTS adoptaron el nombre testigos de Jehová, la sociedad tenía apenas 82 miembros en todo el país.
En 1932 Joseph F. Rutherford se convirtió en el primer presidente de la WTBTS que visitó México. El juez Rutherford pronunció sermones que fueron transmitidos por cinco radioemisoras. Sin embargo, también tuvo que enfrentar problemas administrativos. Destituyó al superintendente de la sucursal mexicana, al que se acusaba de violar las normas de conducta de los testigos, y lo sustituyó con el colombiano Roberto Montero, quien había predicado en el país durante la década pasada.
En diciembre de ese año, el señor Jesús Morales H., a nombre de los testigos de Jehová, notificó al secretario de Gobernación que la Asociación Internacional de Estudiantes de la Biblia, con domicilio en el número 71 de la calzada Melchor Ocampo, en el Distrito Federal, había cambiado su nombre a Sociedad de la Torre del Vigía. Morales reiteró que su grupo estaba desligado de toda organización clerical católica, protestante o de otros credos, y que su único fin era difundir el conocimiento de la Biblia “de una manera enteramente laica”, sin cultos, ceremonias ni formalismos religiosos. Esa labor era realizada por medio de libros y de conferencistas. Sus ora dores no eran clérigos, sino laicos, “personas comunes y corrientes en la estructura social, sin carácter ni título eclesiástico alguno”. Las conferencias eran gratuitas y abiertas para todos.
Aseguró que los testigos no participaban en la política, y que en su literatura y conferencias no había nada que justificara los “levantamientos” contra el gobierno; Morales recalcó: “creemos que ningún cristiano debería tomar parte en ellos, por estar condenado […] este proceder en la Biblia”.
A continuación, resumió así las creencias de los testigos:
Cita:
Creemos que Jehová, el Creador de los cielos y la tierra, es el único Dios, y que la Biblia es Su Palabra que revela sus propósitos para la raza humana. Que Él ha prometido establecer Su Gobierno y Autoridad sobre la tierra, bajo la dirección del señor Jesucristo, y que estamos ya en el tiempo del establecimiento de ese Gobierno, el cual será para la felicidad de todas las naciones del mundo.
Cita:
[…] El gobierno que anunciamos no es un régimen político en manos de otro partido, sino la Autoridad de Dios, Jehová, y del Señor Jesucristo, ejercida sobre todas las naciones del mundo y para el bien de todas las familias de buena voluntad. Y creemos que esta hermosa promesa se cumplirá en breve tiempo y nos hemos asociado para informar a la gente de ello.
Morales resaltó en seguida unos de los aspectos prácticos que, a su juicio, tenía esa labor informativa: contribuía a la “desfanatización” de la gente. Es decir, le hacía comprender a las personas que podían estudiar por sí mismas “el verdadero cristianismo y la Biblia, sin reverencia supersticiosa por la clase clerical” católica, protestante o de cualquier otra denominación, y llegar a sus propias conclusiones mediante el uso de su propia inteligencia y su razón.
Una vez expuesto lo anterior, y con la esperanza de haber convencido a la Secretaría de Gobernación sobre las bondades de la obra de La Torre del Vigía, Morales le solicitó que autorizara a los testigos para conducir reuniones en cualquier lugar de la república donde hubiere personas interesadas en acudir. También pedía que a sus conferencistas, al público asistente a sus reuniones y a las personas que distribuían literatura de casa en casa, les fueran otorgadas las garantías establecidas por la Constitución. Morales concluyó asegurando que la Torre del Vigía tendría siempre sus puertas abiertas para la inspección de las autoridades, y que les proporcionaría cualquier dato pertinente.
Foto: Secretaría de Gobernación año 1920. (Créditos scoopnest.com)