El Concepto de “La Vida Eterna”
Las religiones cristianas en general, y los Testigos de Jehová en particular, nos han acostumbrado a lugares comunes, tales como la “salvación”, el “paraíso” y “la vida eterna”. Para graficar estas creencias y como una ayuda paran la devoción, nos muestran ilustraciones a todo color, en donde muestran personas que nunca envejecen, de distintas etnias retozan en compañía de sus hijos en jardines maravillosos, en donde el sol nunca se oculta.
Son pocas las personas que se detienen a considerar de dónde nacen esos tópicos, que desde luego aparecen en las páginas de los libros sagrados monoteístas. Por esa razón, se hace necesario investigar sobre esta importante materia.
La Biblia limita la vida humana a un período determinado, en el Salmo 90:10
“En si mismos los días de nuestros años son setenta años, y si debido a poderío especial son ochenta años y sin embargo su insistencia está en penoso afán y cosas perjudiciales, porque tienen que pasar rápidamente y volamos”
Notemos que los escritores de la Biblia expresaron su visión de la vida en épocas pasadas en que la expectativa de vida era bastante limitada, alrededor de 35 a 40 años, y en casos excepcionales, como lo menciona el texto citado más arriba, setenta y hasta ochenta años. Por otra parte quien haya escrito aquella cantidad de años, lo hacía desde la perspectiva de su precariedad de vida, con ciertas limitaciones acerca de los aspectos biológicos y desconocimientos de la complejidad de la ciencia. Pregunto entonces, ¿estaban los humanos en condiciones de prolongar la vida mediante resucitación cardio-pulmonar, hacer injertos de piel, trasplantar órganos, o sanar enfermedades con células madres, hace dos mil años atrás?
En consecuencia debemos rendirnos a la evidencia de que la duración de una vida humana, ha sufrido variaciones en estos últimos siglos. De hecho, en Japón se congrega la mayor cantidad de personas centenarias del mundo. En un sentido antrópico nuestra existencia no debería sorprendernos. Por ese motivo, hablar de Vida Eterna es algo que debemos considerar tomando en cuenta muchos factores, por ejemplo hoy en día tenemos el privilegio de entender la forma en que trabaja nuestro organismo, la composición de los alimentos, el metabolismo del cuerpo, la posibilidad de desarrollar defensas antibacterianas, llevar una vida equilibrada, hacer deportes, realizarnos como personas a través de nuestros estudios y/o trabajos.
Nos preguntamos ¿Cuáles de esos factores existían hace dos mil años en el pasado, cuando se escribieron los manuscritos que conforman la Biblia?
Hoy en día, aparte de conocer acerca de la anatomía humana, podemos hacernos conjeturas, preguntar el por qué, el cómo, y de explicarlo públicamente a todo el mundo. También podemos hacernos suposiciones, hipótesis, presunciones, sospechas, deducciones acerca del tiempo, los agujeros negros, la materia oscura, los viajes espaciales, la existencia de vida en otras partes del universo. Vuelvo sobre lo mismo: ¿qué se preguntaba el ser humano hace más de dos mil años atrás?
Como lo explica Richard Dawkins: “Es sorprendente que en un planeta, quizás en el único planeta del universo en que las moléculas no hacen nada más complicado que un pedazo de roca, se reúnen en trozos de materia del tamaño de rocas, en tan inmensa complejidad que son capaces de correr, saltar, nadar, volar, ver, oír, capturar y comer otros trozos animados de complejidad, capaces en algunos casos de pensar y sentir y de enamorarse de otros trozos de materia compleja”
Un privilegio enorme, que nuestros antepasados ni siquiera imaginaban, una ventaja de la que carecía el escriba en tiempos bíblicos, que solo se limitaba a traspasar a la vitela las instrucciones del sacerdote levita, ofreciendo paraísos subyacentes a las personas que tenían una escasa expectativa de vida y que además sufrían de pestes, hambres, guerras y la incertidumbre del futuro. Para ellos los bienes más preciados, la vida y la salud quedaba contenida en la oferta sacerdotal: “Vida Eterna”.
La hidra es un animal de 2 o 3 cm. de largo que parece un árbol en miniatura, se puede encontrar en cualquier estanque de agua dulce. Debido a sus extraordinarias cualidades regenerativas, ha capturado el interés científico. Se considera que la hidra es biológicamente inmortal, es decir no muere de vejez. Además de que el tamaño del animal en relación a su mortalidad es inusitado, la hidra se reproduce a los tres días de nacer, y el patrón dicta que entre antes te reproduzcas más rápido mueres. Su promedio de vida, debería ser alrededor de un mes. Para un organismo diminuto es un tiempo enorme. Es una diminuta fuente de la juventud. También en el mundo vegetal encontramos ejemplos de larga vida: las sequoias son árboles que pueden vivir cientos de años, si las condiciones son apropiadas.
En los seres humanos la esperanza de vida se incrementa a un ritmo de dos años por década, y esa tendencia no muestra signos de disminuir. Hace 200 años nuestra esperanza de vida era solo la mitad de la que disfrutamos ahora. La razón del aumento constante de la esperanza de vida es la disminución de la tasa de mortalidad en los adultos mayores. Los expertos opinan que el cuerpo humano está evolucionando para mantenerse y repararse mejor, mientras que los genes hacen lo propio retardando los daños que eventualmente llevan a la muerte, por lo que el “envejecimiento” no es un proceso biológico fijo. Esto se debe a mejores hábitos de alimentación, mejores condiciones de vida, educación y lógicamente al progreso de la medicina.
Los expertos dicen, se está llegando a la etapa del adulto mayor con menos daños acumulativos que las generaciones anteriores. Estamos más saludables. No hay límite natural para la vida. El año pasado la Oficina de Estadística del Reino Unido, señaló que en la actualidad, casi una de cada cinco personas en ese país vivirá para celebrar su cumpleaños número 100.
En ese panorama, nos preguntamos ¿Qué hay de la Vida Eterna que pregonan las religiones cristianas?
Para responder a esa legítima interrogante, es necesario conocer de qué forma las personas encuentran su felicidad y además la experiencia para su descendencia. Porque vivir eternamente tiene sus bemoles, que muchos ni siquiera han vislumbrado.
Los seres humanos progresamos, desde la cuna hasta la adultez a través de mecanismos de gratificaciones y disgustos, de aciertos y fallos, los cuales a la larga determinan nuestra madurez y desde luego la experiencia de vida. A su vez traspasamos en nuestros genes y por la cultura, a nuestra descendencia la experiencia para el progreso de la especie. La felicidad de los humanos esta inserta en este esquema de aprendizaje/retroceso/experiencia, de tal modo que un ser humano privado de estos elementos, sufre de trastornos de personalidad cuando se une a grupos normales.
Un estado de felicidad constante es improcedente, por cuanto son los pequeños infortunios los que hacen dar el verdadero sentido de la vida, el encuentro de la felicidad. Las estaciones del año son una muestra de ese proceso, cada etapa tiene sus inconvenientes y sus ventajas, una dificultad y una facilidad, la suma de todo ello es la vida.
Las personas que han vivido muchos años, disponen de algunos mecanismos de supervivencia basados en las experiencias de miles de antepasados, no solo con los progresos en salud y medicina, sino también con el conocerse a si mismos. El pasado nos invade con su oleaje a cada instante. Debemos recordar el axioma de Heráclito (Heráclito de Efeso 504 a. de C. – fue el filósofo del devenir que concibió la naturaleza como un eterno fluir, como una corriente que no se detiene un momento, por lo que toda estabilidad es ilusoria), decía Heráclito “nadie se baña dos veces en el mismo río”, o como lo explica Richard Dawkins: “..la cantidad de moléculas de agua por cada vaso de agua es gigantescamente más grande que el número de vasos llenos que hay en el mundo. Así que cada vez que ingerimos un vaso lleno, nos estamos mirando a una muy alta proporción de las moléculas de agua existentes en el mundo, es probable que estemos en presencia de moléculas de agua que estuvieron en el período de la Revolución Francesa o moléculas que haya ingerido Cristobal Colón, o quizás hayamos respirado un átomo de nitrógeno que alguna vez fue respirado por un iguanodonte en la época cretácica.”
El devenir de la vida, sus etapas históricas, los errores de nuestros antepasados, sus aciertos, nos acompañan y definen en última instancia lo que somos realmente como personas. En estos ciclos de la vida no se puede hablar de algo eterno, como nos han enseñado las religiones en sus cosmogonías, menos aún el llamado Paraíso y Vida Eterna, los cuales no fueron otra cosa que sublimar las imperfecciones de nuestros antepasados además de sus precarias condiciones de vida. Se crearon un Dios que reunía todo lo que los humanos no tenían: eternidad, omnipotencia, poder, omnisciencia, inmortalidad… y como consecuencia la oferta de un Paraíso, un jardín delicioso en las semidesérticas tierras orientales y Vida Eterna.
Por otra parte el ser humano es más complejo que la hidra, vivir significa quemar etapas, progresar, realizarse como persona, ver el fruto de nuestros esfuerzos al final de nuestra vida. Por el contrario, la vida eterna, como nos la presentan las religiones en general y la Wachtower en particular es una falsedad. Nada es eterno en el universo, todo es cíclico. La vida obedece a factores estadísticos en donde las probabilidades son su esencia.
Las imágenes de gente feliz en jardines o paraísos que nos vende la Wachtower es una imagen falsa. Los niños crecen, las estaciones del años devienen, la noche sigue al día, los animales mueren, etc.
Debemos, en cambio, sentirnos afortunados de estar vivos. Nuestras vidas podrían haber sido creadas por una lotería combinatoria de ADN. Cierto, monumentalmente afortunados de estar vivos en esta cinta métrica del tiempo, antes y después del punto de luz está oculto el pasado y más allá oculto, el desconocido futuro, por más breve que sea nuestro tiempo bajo el sol. Si desperdiciamos unos segundos o nos quejamos, de que todo es opaco y aburrido (como nos tratan de adoctrinar los religiosos) ¿no estaríamos dando un desprecio a los trillones de seres que nunca nacieron y a quienes nunca se les dio la oportunidad de vivir?
Como lo han dicho muchos ateos, el conocimiento de que nosotros sólo tenemos una vida debería convertirla en más preciosa, esa actitud es afirmadora de la vida y mejoradora de nuestras relaciones con los demás, mientras que al mismo tiempo nunca es manchada por el espejismo de la añoranza sin sentido o la quejumbrosa autocompasión de aquellos que sienten que la vida les debe algo a ellos.
Marck Twain lo expresó de esta manera:
“No temo a la muerte, porque ya estuve muerto antes de ser concebido y nacer, por cientos, miles, millones de años, y no tuve ni el menor inconveniente”
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Autor: Rubén Echeverría Lastarria