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El nombre de la Rosa (adaptación de miker)

Se acercaban al monasterio dos figuras.  Por ser más anciano, y montar en su asno, era natural suponer que tratábase de un maestro con su aprendiz. El mayor (un hombre muy parecido a Sean Connery), era miembro de la familia  De Vaskerville, William era su nombre. Su joven acompañante (un mancebo similar a Christian Slater), era conocido como Adso de Namilk.
Corría el Invierno riguroso del año del Señor de 1425. La nieve que cubría las lodosas vías de carretas, mantenían siempre la cruda temperatura, que no podía ser combatida eficazmente por las ligeras ropas de los viajeros. La orden franciscana era extremadamente rígida en este aspecto. “Un servidor del Señor, no debería jamás cargar con pertenencias mundanas sobre sí, llámese dinero, lujos, o coberturas para el frio”. Los dos hombres alcanzaban a ver que algunos pobladores, desposeídos también de las prendas necesarias para soportar la inclemencia del clima, los miraban silenciosamente. Pero sólo el mayor pudo reflexionar que su carencia material, al contrario de los desgraciados que sus ojos percibían de soslayo, era debida a una opción personal de dedicación a la orden del santo que recibió llagas en sus extremidades.
Las pesadas puertas del monasterio se abrieron al paso de los visitantes. La construcción que databa de pasadas épocas, cuando los misioneros hubieron de combatir con infieles paganos para establecerse era imponente. Sus altos muros correspondían a lo que hubo sido una fortaleza con almenas y torres de vigía. Contenía un amplio patio, en el cual los monjes, habían habilitado graneros, en donde guardaban las “ofrendas” que los pobres campesinos debían aportar motivados por la guardia del rey, curtiembres, y una herrería que era además utilizada como taller de un franciscano carpintero.
Sin embargo lo que más destacaba de la antigua construcción, era la alta torre, cuya puerta, de acceso se mantenía al parecer sellada con unas trancas de seguridad.
William de Vaskerville era un hombre extraordinario, su amor por el saber, lo había llevado constantemente a ponerse en una posición desmejorada ante las enseñanzas oficiales del sínodo de Roma, pero un acontecimiento fué para él el evento que cambió su vida. El Tribunal de la Santa Inquisición debía velar por la salud espiritual de las ovejas de su grey, y no podía tolerar ningún tipo de conducta discrepante con la verdad revelada por la Santa Escritura, y cuyo contenido, el cual había sido encargado por la divina Voluntad a la Santa Madre Iglesia, era fielmente interpretado por el concilio de obispos de la Ciudad Papal.
De nada sirvió la defensa que William hizo por si mismo, cuando fue acusado de herejía. Poco valió la brillante exposición de los temas, en los cuales se le acusaba de torcer las escrituras con una visión revolucionaria. Su inquisidor Bernardo Gui, era el más obstinado de los nuncios encargados de defender la verdad. No escuchó, (quizás no pudo comprender) los argumentos de William y tras una agotadora jornada de ocho dias, decidió limpiarlo del pecado, mediante la purificación del fuego. Los ardientes hierros que chamuscaron la carne del sabio De Vaskerville, terminaron por lograr el cometido pío del inquisidor y finalmente William se retractó de sus herejes conclusiones avaladas en conocimientos sostenidos por la investigación y experimentación que no tuvo a bien consultar la opinión de Aristóteles, ni Tomás de Aquino.
Esa brillante actitud alerta, era una caracteristica innata, que aunque lo había llevado a variados y graves problemas, le permitió fijarse en el detalle, de los póstigos puestos en la puerta de acceso a la torre. Justo antes de que el Abad del monasterio, un obeso franciscano, advirtiese el destino de la mirada de William, el sabio giró su cabeza hacia el anfitrión mientras decía afablemente a Adso, “Bien amiguito, hemos llegado al Monasterio-Fortaleza de Guert Forh, mantén los ojos abiertos…sobre todo en donde pones tus pies”, y lanzó una pequeña risita, justo cuando el joven decía “¿Donde pongo los….Ahhh noooo”, mientras con cara trágica, levantaba un pie que pisó lo que hubo sido el contundente forraje del asno que cargaba las vituallas.
Adso levantó la vista y vió como el abad ceremoniosamente saludaba a su maestro con un beso. Un beso que le pareció  muy cerca de los labios. William no se inmutó, esperó a que terminara aquel rito de salutación y reverenció lo que mejor pudo la cortesia de su anfitrión.
El obeso franciscano dijo al fin. “Hermano William, quizás la providencia ha tenido a bien enviarlo hacia este lugar, no sabiamos en el monasterio de  su llegada, no recibimos informe desde la ciudadela del sur, sin embargo nos place recibirlo. Esta tarde en la oración vespertina los hermanos podrán saludarle”. Y cambiando el tono de voz, se acercó al maestro, como queriendo evitar que alguien más escuchara, pero sin hacer esfuerzos por impedirlo en realidad, pues siguió hablando en un tono grave, aunque quizás un poco mas silencioso. ” Los ultimos hechos desafortunados acaecidos en el monasterio han sido de un impacto tan profundo que no podemos sino percibir la mano maléfica de Satanás en estos asuntos”. Al hilvanar la última frase el tono bajo volumen y grave, de su voz, se ocupó en afectar los oídos de Adso quien se estremeció de terror ante la posibilidad de que el rey del mal habitára en esos enormes muros de piedra. Sus ojos llenos de la más irracional inquietud, se fijaron en los ojos del abad, con quien por un instante cruzó una mirada que lo desconcertó, casi creyo ver en la luz del rostro del anfitrión  una risita de júbilo contenida, quiza´s por la cómica expresión que tomó el aspecto del joven de Namilk.
El sabio se adelantó mientras un novicio local, un sacerdote de  facciones juveniles, tomaba las riendas del asno equipado con las pocas pertenencias que constituian la única posesión de William, despojaba al animal de sus sacos y escuálido cargamento y se los entregaba a Adso, para posteriormente llevar al animal a las caballerizas. 
Pasados unos instantes el viajero mayor se dirigió a su anfitrión y le dijo, “¿De qué acontecimientos quizá el diablo es el responsable…al menos en lo que refiere a este monasterio?” 
Al parecer  la pregunta fue del completo agrado del abad quien suavizó sus gestos faciales, y por un instante parecio afable. “Sí, el maligno no hay otra explicación…fue hace tres noches” y mientras caminaban le dijo al forastero. “El hermano Pío era uno de nuestros màs nuevos traductores de griego, su pèrdida ha sido motivo  una profunda angustia. Con un gran dolor del alma lo hemos sepultado antes de ayer, en aquel lugar”, y levantó su regordete brazo para indicar con un grueso índice, un montículo en donde se mostraban evidencias de una tumba de cavado reciente, pues estaba coronado de una sencilla cruz adornada con flores aún no marchitas. El abad continuó. “No hemos podido determinar qué tormentos pasaron por su cabeza, pero en la terrible tormenta que ha habido creimos oír unos gritos desgarradores desde la torre, y en la madrugada, encontramos el cuerpo sin vida del traductor de griego, a los pies de la torre, suponemos que se suicidó motivado por un hechizo de bruja”, y al decir esto último se persignó maquinalmente. Adso hizo lo mismo, de una manera aún más maquinal que la acción del abad.
Ya estaban en la puerta de lo que serían las habitaciones que les albergarían mientras efectuaban su travesía a tierra santa, acortando camino por las montañas del país.
El abad, dirigió su mirada a William, quien para evitar el rito de despedida esta vez, se adelantó y dió por terminada la conversación al hacer, él primero una reverencia.
El abad sonrió y antes de marcharse miró a adso quien con la cara transformada por el miedo, no tenía a bien hacer otra cosa sino buscar la protección en la mirada del maestro.
“Amo….”, “amo…” quisiera hacerle una pregunta…El sabio lo miró mientras desde un añoso saco de cuero, sacaba las partes metálicas de un extraño aparato confeccionado por él mismo, para calcular mediante las observaciones de los astros, la trayectoria y el itinerario del viaje.
“Dime Adso..no te quedes allí parado..habla muchacho”. “Maestro en verdad usted cree que Satanás está en estos muros?”, el viejo sonrió y le dijo “Ohhh sí, sí que lo creo Adso, sí que lo creo”. El joven abrió aún más sus ojos y apretando sus extremidades, puso sus manos en la entrepierna. “Pero Adso…El diablo, no es como tu te lo imaginas amigo mío…”. Terminaba de unir las piezas de su astrolabio y contunuó diciendo: “Mientras tanto debes ir al excusado. Debes dirigirte en dirección a la abadía, desde allí caminarás unos veinte metros hacia el portón principal y en ese lugar da vuelta en las caballerizas. ahí está el lugar que necesitas”.
Adso agradeció con una sonrisa el dato, pero antes de correr lo mas rápido que sus condiciones fisiológicas lo permitieran, paró en seco y le dijo. “Maestro…tú me dijiste que nunca habías venido a este lugar. ¿Cómo es que sabes donde está cada cosa?”.
“En verdad no lo sé Adso. Lo que  sí sé , es que ví a un joven fraile, correr hacia el lugar que te indico, y pasados unos minutos, el tiempo exacto de nuestra caminata desde el portón hasta aquí, lo ví aparecer retornando a su lugar de origen lentamente y con una cara de felicidad indescriptible”.
Yo y mis incoherencias…
De seguro alguien habrá percibido que los relatos anteriores captan mis recuerdos de la película “El Nombre de la Rosa” (Con la soberbia actuación de Valentina Vargas).
La trama se centra en un monje William de Vaskerville quien llega a un monasterio, en donde han ocurrido una serie de muertes. Atribuidas a priori a los designios de Satanás, pero que giran en realidad en torno a la actividad de los traductores de griego, y escribanos del monasterio. La existencia de un libro prohibido, uno que ocasiona la muerte de quien lo lea, provoca el desarrollo de la trama. En una gran actuación de Sean Connery, una de las escenas finales, lo enfrenta al cura más longevo. Quien desea mantener un secreto. ¡El libro perdido de Aristóteles? (No recuerdo, pero era uno de los genios griegos) En este libro se encontraba la clave que podía explicar la muerte de al menos cuatro personas, y de otras varias más que sabían del enigma.
“William entró agitado al vestíbulo de la torre. En la absoluta oscuridad había herido una pierna en el laberinto ascendente y llevaba su ropas mojadas y tibias, por la sangre de un corte superficial. Estaba todo en penumbras  y sus ojos alcanzaban a percibir la luz mezquina que la lumbrera menor regalaba entre los barrotes de una estrecha claraboya. Pudo moverse apenas unos pasos cuando golpeó un candelabro de cuatro cirios. Tanteó el suelo para conseguir la yesca y con cierta dificultad una chispas hirieron la negrura sepulcral.
Al encender el cirio, el fulgor evidenciò que se hallaba frente a una pequeña habitación en un rincón excentrico de la amplísima sala . 
Una visiòn sobrecogedora le impeliò a exclamar casi anonadado  ante la imagen que lo rodeaba. La más vasta colección de manuscritos que jamás habían visto sus ojos, le abrazaba como un bosque de ramas de enmarañado follaje. En vez del aroma de vegetaciòn prìstina sentía el olor a papel, a los pigmentos de las pàginas ilustradas a mano, a los libros que él tanto amaba…!La biblioteca màs grande de la cristiandad! Cuantos tesoros del conocimiento estaban allì presentes, cuantos mundos por descubrir.
Sintió una emoción contradictoria llenando su espíritu. Él siempre supo en su corazón de la existencia de la biblioteca, y nunca pudo comprender porqué la perentoria orden vaticana había impedido por siglos la apertura de esta maravillosa colecciòn. Ahora sentía un gran pesar al estar ahí mismo, en el final de un angustiante calvario de dolor, puesto que reconocía la culminación de sus investigaciones personales respecto de las muertes, aquellas que provocaron la condena en la hoguera de tres inocentes…Entonces divagó al pensar ¿qué sería en ese momento de la joven acusada de bruja?. ¿Del idiota de Carusso y del deslenguado Remiggio?… con seguridad ahora Bernardo Gui lo seguirìa a él.  El inquisidor simpre estuvo tras sus pasos, y habiendo encontrado la excusa perfecta no perderia esta oportunidad de purificar a William en la pira expiatoria. Eso quedó establecido cuando William abogó por los desdichados condenados en la comedia de juicio que se había llevado a cabo unas horas atrás con el único propósito de ponerlo entre la espada y la pared. Ahora no habia esperanza. Al oponerse al divino juez Gui se había opuesto a Dios y su vida ya no valía nada, lo sabía, pero al menos quería saber la razón de tantas muertes insensatas.
Trató de afinar la vista, y pensar en calma. La puerta de la habitación estaba abierta y no dudó en aprovechar la ocasión de llegar al fondo del misterio. Un escritorio de copista, y varias figuras de iconos y Madonnas, eran la nota diferente entre una agrupación de cientos de libros encuadernados y hojas sueltas. Una silueta con la capucha eclesial completaba el cuadro de la completa oscuridad que ahora retrocedìa ante la luz de la vela que osaba interrumpir la continuidad de la noche profunda y cargada de espanto. 
El hombre parecía leer, pero no lo hacía , no era sólo el hecho de que unas huesudas manos parecían hojear lentamente un enorme libro en completa oscuridad, sino porque se trataba del anciano Venechia.
El decrépito hombre dirigió su rostro al que recién llegaba y dijo sin turbación, casí solemnemente, como quien ha contenido largamente un peso que se alegra en dejar “Hermano William…lo esperaba desde hace una hora”.
William se acercó y pudo distinguir entre la penumbra y la luz del cirio el enjuto rostro del anciano abad superior, sus rasgos angulosos, la nariz aguileña y las órbitas oculares a punto de salir del demacrado rostro. ojos que durante varias décadas ya no podían servir sino para cubrir las cuencas.  El viejo cura ciego adoptó una solemne actitud de espera. Y William dijo “Hermano Nonno…¿porqué hemos llegado a este extremo?, ¿Qué es lo que ha pretendido ocultar?”…”Es el conocimiento William, la información…el saber del hombre lo lleva a la locura, y puede hasta pretender llegar a ser como Dios. Por eso el Señor confundió a los impíos que construian Babel, pues no había nada que el hombre quisiera conseguir y no lo consiguiera”-“Pero padre, usted bien sabe que este tema no está referido a la ciencia…El libro que ha causado tanto daño, no está referido a la ciencia…es un libro sano”..”Sano?!!!” gritó el viejo. “¿Cómo “Sano”?..¿qué sabe usted lo que es sano o insano?, no comprende que la risa y el humor es una característica del diablo?, los hombres transforman su rostro, aglutinan los músculos de su cara y se transforman en monos dementes, que no alaban al señor con toda el alma y mente y corazón. La liviandad de espíritu hará que el hombre común ya no preste atención a las palabras serias y profundas de las escrituras. La gente no debe estar en capacidad de discernir si las escrituras tienen o no la razón. ¿Se imagina que por la absurda concepción de la liviandad, hasta lleguen a cuestionar la autoridad eclesiastica divinamente instituida?. Ustedes los jóvenes son unos idiotas sin experiencia. Creen que se trata sólo de una “risa”, de un tema menor…Estúpidos, el asunto detrás conlleva la relajación moral, la displicencia y el libertinaje, que sumirá a los hombres en el pecado y la ruina!!!” el anciano estaba lívido.
“Pero Padre…el humor es una característica de los santos…¿No recuerda que San Patricio, en el momento en el que el Sultán de Katamarka, lo iba a arrojar a una olla de agua hirviendo, le dijo al infiel…”Oh está agua está muy fría para mí”, y el sultán encolerizado metió la mano para verificarlo y se escaldó ?, O cuando Aristóteles- y cambiò el tono de su voz para hacerla más suspicaz- cuando aristóteles, describía que la Risa era una cualidad que nos asemejaba a Dios, siendo está última una característica que al contrario de hacernos más animales nos hace más humanos?”. El viejo ciego dirigió su rostro desde donde percibía la voz de William, y enojado le gritó, abriedo su destentada boca  “Usted no sabe si ese libro existió alguna vez!”, William dijo. “Padre, yo mismo lo ví hace dos días en la mesa de traducción del fallecido hermano Domicci, antes de que el hermano Monittori, me lo quitara…es más, me parece que es el mismo libro que usted tiene en sus manos”….Y diciendo esto se acercó con cautela al viejo monje ciego. “William, william, siempre ha sido usted el mejor de mis alumnos, en realidad, deseo que usted lea esta obra y salga de las dudas por usted mismo. Tómelo, véalo, mire las hermosas ilustraciones que contiene y dígame qué es lo que dice pues como es obvio ya no puedo por mis medios disfrutar de la sabiduria de los sabios escritores”. Y alzando el libro con sus descarnados brazos y manos famélicas, acercó el libro a William. Quien en el intertanto, se puso, unos guantes de de terciopelo.
El anciano decía “Léame,léame”. “Lo haré padre. Pero debo cuidar de mover las hojas con la puntas envenenadas de manera cuidadosa…afortunadamente llevo guantes puestos”. El anciano, con una reacción insospechada, percibió el calor del cirio y arrebatándole el libro a William, volcó el cirio encima de los manuscritos hebreos y coptos. William vio con horror cómo el fuego hizo fácil presa de los valiosisimos documentos, y en vano hizo el intento de apagarlo. El ancianó se escabulló y se perdió en el laberinto. William intentó detener el fuego, pero no pudo, ya todo era un mar de llamas.
La quema de los herejes había concitado la atención del pueblo. Quien con ira veía cómo la joven pueblerina, estaba inconciente y atada en la pira que aún no ardía. La situación era extremadamente tensa. El inquisidor se dirigió a uno de los apóstatas “¿Tú renuncias al diablo Remiggio de Vorágine?”. El obeso cura juntando sus fuerzas le gritó: “El único diablo al que renuncio es a ti Bernardo Gui”. El paladín justo miró a Remiggio con una malévola sonrisa y se dirigió a Carusso, el idiota reía al ver las llamas y cantaba. Gui no se molestó en dirigirle la palabra, menos a la muchacha que colgaba inconciente. La gente del pueblo, había ido en masa a ver el acto de purificación espiritual, pero sus intenciones eran otras. Bernardo Guí notó el ambiente enrarecido y se marchó a la abadía para tomar un carruaje. Entonces un campesino gritó . “Mirad!!!!!. La torre está en llamas.”; Los soldados guardias de la santa inquisición se desorganizaron ante el grito y la dantesca visión de la torre que como una candela gigantesca  iluminaba la fria noche despejada del invierno medieval.
 La gente del pueblo aprovechó la ocasión  para abalanzarse con azadones, hachas de mano, y lanzas de arreo a los monjes que aún quedaban y a los guardias que ejerciendo su labor de custodios santos aún permanecian en el lugar de la quema.
El anciano Venechia comía de las puntas del libro mientras William inspirado por el amor a su antiguo mentor intentaba ubicarlo entre las llamas. “Padre, padre, por favor dígame donde está”…”Ya es muy tarde William, el señor así lo ha querido” y diciendo esto, cayó escaleras abajó junto a una pared que ardía, abrazando el libro que fue su maldición. William no tenía escapatoria, las escaleras de acceso estaban quemadas y derruidas, y el calor infernal lo abrasaba del todo.
Adso, frenético, junto con otros campesinos, desataron a la muchacha aún inconciente, pero recordó que su amo iria detras del secreto de la torre, y con amargura corrió a la abadía.
El carruaje del inquisidor fue preparado de manera inmediata. El desalmado sabía que esta vez su deseo de tener a William en la hoguera había cobrado el precio de mantener la consecuencia de acusar a la muchacha inocente.y el pueblo no perdonaría fácilmente esta vez. Era perentorio huir antes de que los estúpidos ignorantes le pusieran las sucias manos en su ropa de seda oscura. Percibia el clamor y los gritos del incendio, pero además. otro ruido grave de muchedumbre. !Era el pueblo estaba seguro!. “Soldados, ¿qué hacen imbéciles?, salgamos de esta pocilga!!!  para venir con refuerzos”. El cochero militar, azuzó los caballos y partieron a gran velocidad. Justo a la salida de la abadia en llamas, el pueblo encontró el carruaje del inquisidor. Bernardo Gui estaba aterrado. La muchedumbre estaba histérica. Tomaron al cochero y lo bajaron de una pedrada en el cráneo, para despues partirle la cara con un hacha de mano. “Herejes!!! ignorantes ¿No sabeis quien soy malditos?!!!. Un hombre corpulento tomó la iniciativa. Agarró un costado de la carreta pesada, una vez sacados los caballos, para empujarla al abismo usando unas palancas de postes de madera. Decenas de personas lo imitaron. Bernardo Gui se horrorizó. La inclinación hizo que las maquinas de tortura, con púas y filos, cayeran una a una fuera de la carreta hacia el precipicio. 
El malvado Gui se aferraba gritando de pánico. Lloraba angustiado de ira mientras maldecia y amenazaba. Finalmente un movimiento más y la carreta cayó. Bernardo Gui golpeó su cuerpo al caer repetidas veces en las rocas del desfiladero, hasta que fue a dar abajo, junto a su máquina de tortura favorita, ensartado por trece púas aceradas y filudas que le destrozaron el tórax, y le provocaron una muerte lenta.
Adsó lloraba al ver la torre quemada y sin rastros de su amo. La noche había llegado para él. Sintió por vez primera la falta de su maestro, y se supo sólo, aun siendo hijo de la rica familia  Namilk. “Amo, amo querido”, lloraba, gimiendo desesperanzado y  mirando la hoguera hacia arriba . De prontó sintió el golpe de algo que caía detrás suyo. Miró al almacén y vió un grupo de ratones  chillando y medio chamuscados saliendo de una puerta tapiada con maderas ya podridas, y además…una figura que la abrió de un golpe.
La humeante figura del sabio de Vaskerville, quien cubierto de libros, al verlo, los arrojó al suelo uno a uno en lo que constituia el acto de desembarazarse de la más culta caparazón que nadie haya tenido jamás, y se apresuró a abrazar a su querido discípulo e hijo adoptivo.
Las luces de la mañana, manifestaron la dimensión de la tragedia. Las cenizas cubrian los campos y las casas cercanas. La perdida enorme e irreparable, al menos había significado para William el quedarse con su tesoro de quince libros griegos únicos.
“Al salir de la abadía. La muchacha, se me acercó. Mi maestro me miró, silenciosamente. Yo estaba feliz al verla sana y salva, lejos de las garras del maldito Bernardo Gui. Los ojos de la muchacha, eran tan dulces y bellos, que sonreí de paz.
Ella sonriendo me tomo de la mano, y me hizo la seña de que la acompañase a ir al pueblo. Mi amo miraba la escena, distante. Me sonrió y sentí que se despedía. Sin decir palabra, giró y siguió su trote en el burrito que habíamos comprado. La muchacha, suavemente me tomó de la cintura. La miré y le dijé. “Siempre te amaré”
La última vez que la ví lloraba a lo lejos con su hermoso cabello al viento.
Así alcancé a mi amo, quien al verme me dijo “Adso, repasaremos las lecciones de latín”, esa falta de emoción me pareció tan graciosa que juntos reímos un buen rato. Fueron muchas más las historias que vivimos juntos mi maestro y yo. Y ahora que estoy envejecido y he recibido el legado de sus libros, el astrolabio, y sus cómicos aparatos de vidrio para leer (de hecho lo estoy usando ahora para escribir estas líneas), recuerdo con cariño a mi inolvidable padre adoptivo, y maestro.
Ahora estoy concluyendo mi relato de lo que pasó hace ya tantos, tantos años.
Nunca me arrepentí de mi decisión de haber seguido a mi maestro, sin embargo, en noches estrelladas de la vida que ya se me extingue, me he preguntado que será de ella. si fue feliz al fin. Y si se acordó alguna vez de mí.
Lo único que lamento es no haber podido saber su nombre, para acompañar mis soledades y decirlo al viento.
Lamento no saber cuál era el nombre de la rosa”
miker