EL AMOR DE JESÚS EN LOS EVANGELIOS
Sobre el amor humano, se basan algunas de las creaciones más famosas de la literatura universal.
Muchos se han afanado inútilmente por desentrañar este sentimiento, que resulta una paradoja en los seres humanos. ¡Y qué decir del amor divino!, el cual, aparte de resultar extraño obedece a motivaciones insólitas.
Centrémonos por tanto, en primera instancia en el amor como lo conocemos lo seres humanos. Ese sentimiento etéreo que agita sus alas y se posesiona de nosotros, en algún momento de nuestra existencia.
Ser amado es algo enigmático. Investigar para aclarar las cosas no es del todo aconsejable. Si usted tiene la mala ocurrencia de pedir a su pareja, que le explique su amor:…”el por qué lo ama”, los motivos expuestos serán tan estrambóticos que usted mismo se arrepentirá de haber hecho la pregunta. Se puede encontrar con respuestas como que la atracción amorosa se vio impulsada por la gracia al caminar o la forma de pestañear.
No, mejor no preguntar.
En cuanto al amor de Dios, las cosas son mucho más complicadas.
Pero ensayemos una entrevista con el Divino Creador. Hagamos nuestra pregunta y el Dios de la Biblia, Jehová, responderá:
“Los amo, porque me he comprometido libremente a amarlos, y no quiero faltar a mi palabra. Los amo por fidelidad a mi mismo”
(Oseas 14:4)
Luego, también nos arrepentiremos de haber hecho la pregunta indebida.
Nos aclara Benjamín Constant: ” De todos los sentimientos, el amor es el más egoísta, por eso cuando se siente herido es el menos generoso”. Eso se debe a que el amor exige reciprocidad. Un cierto equilibrio en las prestaciones afectivas, como mínimo para que exista. Y no todas las personas están en condiciones de apreciarse a si mismas, menos aún a los otros.
Ponga atención a estas afirmaciones:
” ¡ Así soy yo, alegraos! feo, sinvergüenza, recién salido del cascarón (con fárfara, excrementos y sangre, por supuesto)”
(Bertold Brecht)
” apenas si tengo algo en común conmigo mismo, y debería meterme en un rincón en completo silencio, contento de poder respirar”
(Franz Kafka)
“antes bien aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a un esclavo”
(Saulo de Tarso – 1º a los Corintios 9:27)
Es cierto, de todo hay en la Viña del Señor. Existen personas que ni siquiera se aman a si mismas, de esa forma el amor, que exige reciprocidad, ya deja de ser amor, así como el Dios bíblico que se ha comprometido a amar, por ser fiel a su promesa.
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Hasta este punto hemos caminado por sendero pedregoso. Pero ¡Ay!… disponemos de un intermediario: Jesús. Es posible que su amor sea más fácil de entender.
Leamos:
“Dos hombres eran deudores de cierto prestamista, el uno le debía 500 denarios, pero el otro 50 denarios.
“Cuando no tuvieron con qué pagar, el sin reserva perdonó a ambos. Por lo tanto ¿Cuál de ellos le amará más?
“Contestando Simón dijo: “supongo que será a aquel que sin reservas le perdonó más”.
“El le dijo, juzgaste correctamente.
“Observa a esa mujer, entré en tu casa y no me diste agua para beber, pero esa mujer me ha mojado los pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos, en virtud de esto, te digo, los pecados de ella, por muchos que hayan sido, son perdonados, porque amó mucho; más al que se le perdona poco, poco ama“
(Evangelio de Lucas 7:47)
¡Cáspita!… Jesucristo de verdad complica las cosas.
Habíamos dicho que en el amor, debe existir cierta reciprocidad y que los que no se aman a si mismos están en desventaja. Pero de la lectura anterior surge un nuevo elemento: el interés.
Interés de parte del prestamista y del afectado. Cada cual ejerce una especie de transacción especulativa. La moneda de cambio se llama “pecado”.
“… al que se le perdona poco – poco ama – ”
por favor tenga la bondad de leer la frase de más arriba nuevamente.
¡Ahora si que estamos mal! Ocurre que es mejor volverse loco pecando, porque si se nos perdona poco, corremos el riesgo de que nuestro amor se encuentre desvalorizado, respecto de aquellos otros que han pecado mucho más.
El amor es un sentimiento subjetivo, nadie puede decir quien ama más, o quien ama menos.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en estos diálogos inconducentes?:
” – ¿Me amas?
“- Si, desde luego te amo.
“- ¿Pero realmente me amas?
“- Ya te lo dije, te amo.
“- ¿Pero realmente, realmente…realmente ?
lo que sigue ya no es posible expresarlo en forma escrita.”
Definitivamente el amor expresado por Jesucristo, no se encuadra dentro de los parámetros normales de reciprocidad en el amar. Los que pecan más, aman más. Los que pecan poco, aman menos, de acuerdo al Evangelio de Lucas 7:47.
La propia parábola del Evangelio de Lucas trastoca las palabras y el sentido de la palabra “amor”.
Veamos otro ejemplo de la palabra amor mal empleada: Mateo 5:46
“…porque si aman a los que los aman, ¿qué galardón tienen?, ¿no hacen también la misma cosa los recaudadores de impuestos?…”
Que me perdonan los exégetas, ¿pero alguno de ustedes ha sido “amado” por un recaudador de impuesto?
Observe lo siguiente: un prestamista decidió condonar una deuda a dos sujetos. Pero el que una deuda quede sin efecto, por la voluntad del prestamista, de ninguna forma producirá “amor” hacia el que ejecuta esa acción. A lo más, liberación, agradecimiento. Sin embargo dar gracias por habernos librado de un pago no significa dar amor.
Hay un cambio en el sentido de la palabra amor, que ya sabemos hacia donde van dirigidas. El sacerdote que escribió esa parábola no daba puntada sin hilo. El objetivo es que desea hacernos deudores del “pecado” y la redención viene como consecuencia de lo anterior. En otras palabras hay que amar a Dios (el Gran Prestamista).
El Dios bíblico Jehová exige ser amado por sus seguidores. recuerde los Diez Mandamientos. Es decir quiere ser amado a partir de la libertad del creyente, pero una vez que ya es amado… se termina la libertad del creyente.
Aquí la clave es el requerimiento del Dios bíblico, su falta de convencimiento de ser digno del amor de su pueblo, de ahí la exigencia (o mandato).
Y de ahí lo imposible de amar a un personaje que ni siquiera se ama a si mismo… y en consecuencia el factor de reciprocidad se hace imposible.
Pero volvamos a la parábola de Lucas 7:47:
Todos conocemos a los usureros, a los banqueros, a los que prestan con interés. En primer lugar definamos el término según nuestra Madre RAE:
USURA: 1) interés excesivo de un préstamo.
2) ganancia, fruto, utilidad o aumento que se saca de algo
especialmente cuando es excesivo.
3) interés ilícito por el dinero en el contrato.
Jesucristo nos dice que es conveniente pecar mucho porque de lo contrario, amamos poco.
Se trata de una transacción de perdón y pecado.
Hasta en los supermercados conocemos la estrategia de comprar 3 productos para acceder a una rebaja en el costo. Si pagas al contado no hay descuento, pero si usas tu tarjeta de crédito obtienes un descuento.
Jesucristo opera de la misma forma, mientras más pecas: amas más. Si pecas poco: amas menos.
¿Alguna duda que estamos en una tratativa de corte judío?
Desde luego al sacerdote (o rabino) le conviene mantener el crédito abierto, por esa razón es necesario endeudarse más allá de lo conveniente, porque el sacerdote nos mantendrá en su poder.
He ahí, explicado en términos simples, el amor a Dios y el amor de Jesús, según las mismas palabras de los Evangelios.
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REUBÉN ECHEVERRÍA LASTARRIA
Bibliografía: “El Arte de Amargarse la Vida” – Paul Watzlawick.
“Knots” de Ronald David Laing.