DE COMO ME ESTAFARON

DE   COMO   ME   ESTAFARON

 

Cuando tenía alrededor de nueve a diez años de edad residía  con mi familia en Concepción, en el sur de Chile.  Una ciudad fría, húmeda y lluviosa, si las hay, porque allí los días nublados eran la norma y en invierno el agua caía por semanas en forma de diluvio.

 

Una mañana, me encontraba de camino a mi escuela, lo hacía por  calles empapadas de humedad, con niebla que subía desde el río, el cielo completamente gris.  En ese ambiente inhóspito llamó mi atención una vitrina iluminada.  No era para menos, era la única luz en medio de la semioscuridad de aquella mañana de invierno. Por lo tanto me acerqué a observar.  Se trataba de un reducido escaparate, en el cual se exhibía un enorme libro abierto, en su parte media.  Nada menos que una Biblia, y otros formatos del mismo libro.  El texto estaba abierto en el libro de los Salmos, no hay para qué decirlo.

 

Mi curiosidad me llevó a observar el lugar. No se trataba de una iglesia católica, tampoco un templo protestante. Era una calle de casas de fachada continua, no había locales comerciales. Crucé a la vereda de enfrente para estar aún más seguro.  El único referente lo entregaba un pequeño aviso que decía: “Sociedad Bíblica Internacional”. Me causó perplejidad de que no siendo una agrupación religiosa, alguien se daba el trabajo de promocionar ese libro. Pero con menos de diez años nadie dispone de sentido crítico, solo de un ojo analítico.

 

Pasaron los años, y comenzaría a conocer un  poco más del mundo.  En casa habíamos sido educados como familia católica, aunque casi nunca asistíamos a misa en la iglesia, solo en ocasiones,  alguna festividad, conmemoración o procesión. En verdad la religión no era demasiado influyente en nuestras vidas.

 

En una oportunidad en la escuela se nos advirtió que un señor cura nos haría clases de religión. Efectivamente,  un sacerdote con sotana negra un día a la semana, nos adoctrinaba en materias del ideario  católico romano.  El texto que nos repartieron se llamaba catecismo, en donde debíamos repetir maquinalmente los dogmas de fe, los cuales supuestamente provenían de la Biblia, por ese motivo, debí suponer que la Biblia con sus partes: Antiguo y Nuevo Testamentos,  contenía las verdades de la vida, del pasado de la humanidad y del futuro de la especie humana, aunque nunca lo había tenido en mis manos, se vislumbraba a través del catecismo. La Biblia por así decirlo, la había visto solo de lejos, del entrever y atisbar en aquél escaparate iluminado que relaté anteriormente.

 

Más tarde se nos instó a realizar un rito de iniciación, se trataba de la llamada “Primera Comunión” católica apostólica y romana, para lo cual había que obedecer a un protocolo ceremonial, vestirse de acuerdo a la ocasión y acudir a una liturgia con otros compañeros que también estaban en la lista de adeptos o partidarios de ser obedientes al Gran Hermano, (El Dios judío).  Sin embargo antes había que cumplir un rito, la llamada “Confesión”.  Semanas antes de acudir a confesarme,  estaba seriamente aproblemado porque no sabía qué pecados podía “confesar”. ¿De qué podría sentirse  culpable un niño de diez años?

El día en que junto al grupo escolar nos someterían al rito de la confesión, había encontrado un “pecado” con el cual podría superar el impasse: “le he mentido a mi madre”, quizás no era cierto, pero podría superar el escollo, pero no sabía aún de la maldad de los curas.

Cuando me arrodillé ante la caseta de la confesión,  expresé mi “pecado”, haberle mentido a mi madre, pero el cura no estuvo conforme, vociferó “¡y que más!, y que más!… permanecí en silencio, porque no tenía un segundo pecado, entonces el sacerdote dijo “¿has hecho cosas malas con niñas?”.  Repasé mentalmente si tirarle de las trenzas a mi hermana se podría considerar un pecado, pero rápidamente deseché esa idea,  por lo cual seguí en silencio.

Finalmente el cura me mandó a rezar 4 padrenuestros ante la figura del Cristo crucificado.  Fue aquella la primera vez en mi vida que me arrodillaba  ante una estatua. En ese caso un judío moribundo, a quien todo el mundo reconocía como un semidios.  Aquél fue mi segundo sometimiento, mental y físico a la cultura hebrea.  El primero fue ver en una vitrina un texto judío, abierto e iluminado en una oscura mañana de invierno, ahora en cambio se agregaba un agravante, no saber que se podía “hacer cosas malas con niñas”… por muchos tiempo divagaba sobre ese tema desconocido para mi. Creo que desde allí nació un sentimiento de culpabilidad relacionado con niñas (con mujeres), difuso, oscuro e impreciso.

 

Curiosamente toda la sociedad rendía pleitesía al judío Jesús y a su padre, el “Gran Hermano”. La cultura de aquellos años estaba inmersa en la aceptación absoluta a la creencia en esa figura, de la cual se hablaba en todas partes, pero que no se identificaba y menos aún se cuestionaba.

 

Por esa razón, cuando una predicadora Testigo de Jehová, tocó el timbre de nuestra casa, nuestras vidas comenzarían a cambiar radicalmente.  Para ese entonces con mi familia nos habíamos trasladado a vivir a la ciudad de Santiago de Chile.  El Gran Hermano (El Dios judío Jehová) tomaría el control de nuestras vidas en forma aún más drástica que antes.

En forma suave, leve y delicada se nos adoctrinó acerca de cosas que ni siquiera sabíamos que pudieran existir, “verdades”   contenidas en los manuscritos orientales, escritos por nómadas judíos en la Edad del Bronce que El Gran Hermano (El Dios judío) había escrito para su pueblo elegido, y que más tarde debido al supuesto menosprecio hacia un rabino judío llamado Jesús, habían pasado por un juego de birlibirloque a un rico comerciante de Pittsburgh, U.S.A. de nombre Charles T. Russel, quien había sido iluminado mediante el Espíritu Santo por El Gran Hermano (El Dios judío) constituyéndose en El Esclavo Fiel y Discreto, aquel de la parábola del Evangelio de Mateo 24:45.

 

¡Qué transformación más drástica ocurrió en nuestras existencias!  Las enseñanzas que antes eran ambiguas o apenas esbozadas, ahora cobraban realidad mediante la lectura de la Biblia o de la enseñanza de los oradores y las publicaciones de libros, revistas y folletos.

El Gran Hermano (el Dios judío), nos tenía preparadas algunas sorpresas muy gratas: vida eterna en un Paraíso Restaurado. Sin embargo había un precio que había que pagar: El Gran Hermano exigía cosas extravagantes, salir a predicar de casa en casa para conseguir adeptos y solicitar de otras personas alguna donación o captarlas para que fueran obedientes al Gran Hermano, eran una de tantas.  Además se debía vestir formalmente, asistir puntualmente a reuniones, concurrir a Asambleas en diferentes regiones, y claro está, bautizarse al estilo que le agrada al Gran Hermano, sumergirse en una pileta como un rito de iniciación.

Constantemente se nos advertía que el Gran Hermano es muy celoso y preocupado de nuestras vidas, de si fumábamos, tomábamos alcohol,  nos masturbábamos, o si mirábamos pornografía, si comíamos ciertos alimentos prohibidos. Tampoco podíamos hacer deporte,  asistir a los estadios, o adherirnos a algún club de fútbol.  El Gran Hermano se molestaba bastante si alguien celebraba cumpleaños, o saludaba a la bandera de la patria. Las mujeres la llevaban peor, porque debían ser sumisas y obedientes además de usar ropas al estilo del siglo  pasado.

 

Si por desgracia alguien debía hospitalizarse o someterse a una operación quirúrgica, de inmediato se presentaban los ángeles custodios del Gran Hermano, preocupadísimos de que se cumplieran los protocolos de abstenerse de transfusiones sanguíneas, porque El Gran Hermano (El Dios judío), había explicado en sus leyes levíticas  que es el dueño de la sangre y no debe consumirse.

 

En suma,  El Gran Hermano era el dueño de nuestras vidas, aunque siempre a través del Cuerpo Gobernante de la Wachtower, quien no cesaba de entregarnos fechas próximas para el Fin de este Sistema de Cosas,  por lo cual tampoco debíamos perder tiempo en estudiar en la universidad  alguna carrera profesional.

 

 

El Gran Hermano (El Dios judío Jehová) era nuestro amo, y la Wachtower  la administradora de nuestras vidas.  De esa forma se cerraba el ciclo que se había iniciado cuando observé, por primera vez un libro abierto en una vitrina iluminada, una mañana de invierno. La cultura judía comenzó a manejar mi vida, en la organización Wachtower por casi nueve años.

 

 

Pasó el tiempo, y por distintos caminos algunos logramos percibir inconsistencias doctrinarias, o la endeble interpretación de profecías, al usar un libro de Mitologías Hebreas (la Biblia) y darle valor universal. Otros lograron escapar por medio de la expulsión,  por la desafiliación, o por enfriamiento y algunos otros hasta la actualidad luchan por mantener una máscara de misticismo tan solo por haber perdido la mayor parte de sus vidas (sin haber estudiado) entregadas al Cuerpo Gobernante, y no desapegarse de sus familias que aún están condenadas a esperar, el fin de este mundo, el Armagedón  que nunca llega.

 

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Pero alguien se ríe desde las sombras. Fui estafado por la publicidad avasalladora de unos manuscritos hebreos. Porque no fui  engañados por la Iglesia Católica ni por la Wachtower ni por las demás religiones cristianas,  ni por las decenas o centenas de agrupaciones que se guían por la Biblia.  Estos grupos religiosos tan solo ocuparon la Biblia, como una herramienta de dominación, un instrumento de autoridad, un utensilio de poder,  un aparato de potestad sobre los incautos, en la forma de manuscritos elaborados allá en la Edad del Bronce por pastores orientales judíos y posteriormente compilados en el Concilio Católico de Trento en el año 1546, el cual se ha incorporado a la cultura occidental con una publicidad  opresora encubierta.

 

 

En mi caso particular, todo había nacido de considerar aquel escaparte iluminado en un día de invierno, observar embobado una páginas abiertas de un libro de mitologías, con lo cual en mi cerebro nació una idea absurda, considerar como especial, como adecuado e idóneo un texto judío abierto en su parte media, con lo cual se había sembrado la semilla de la curiosidad, la reverencia, la sumisión y el acatamiento.  Lo que vino después fue solo la consecuencia de esa visión en mi preadolescencia, de la cual se aprovecharon los inescrupulosos sacerdotes católicos o el Cuerpo Gobernante de la Multinacional  Wachtower.

 

Finalizo con unas acertadas palabras del enciclopedista francés Denis Diderot:

 

”  …Si os proponéis dominar sobre las personas, envenenadles como  mejor podáis con una moral contraria a la naturaleza: ponedle trabas  de todas clases: interceptad sus movimientos con toda clase de obstáculos; atadlo a fantasmas que lo atemoricen… y que el hombre natural esté siempre encadenado a los pies del hombre moral.

 

”       ¿Queréis en cambio que la persona sea libre y feliz? : no os metáis en sus asuntos y tened la seguridad de que no fue para vos, sino para ellos mismos por lo que sabios y legisladores os amasaron y os manipularon como vos lo fuisteis.

 

”      Apelo a todas las instituciones políticas, civiles o religiosas: examinadlas profundamente; o me equivoco mucho o veréis a la especie humana doblegarse, siglo tras siglo, bajo el yugo que un puñado de tunantes se había prometido imponerles”

 

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Rubén  Echeverría  Lastarria

 

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Bibliografía:  “Suplemento al viaje de Bougainville” Denis Diderot (1713 – 1784)